Grafopoiesis o la capacidad viva del dibujo ingobernable
Las obras que componen Lo ingobernable fueron hechas por Mischa Dabul con un único y muy personal procedimiento, echando mano de las mismas herramientas y materiales para todo el conjunto. Sin embargo, tratar de identificar cada uno de sus elementos sería un acto asombrosamente artificial puesto que al observar sus delicadas piezas podemos inferir que la vida, en su ingobernable brotar, las realizó.
Todo ser vivo es, según el biólogo Humberto Maturana, un sistema cerrado que está continuamente creándose a sí mismo y, por lo tanto, reparándose, manteniéndose y modificándose. El ejemplo más simple que podemos imaginar es el de una herida que, más temprano que tarde, sana. En este punto, la biología y la filosofía se dan la mano –o el codo– para ponerle nombre a la capacidad creativa de lo vivo: la poiesis . Estamos frente a un acto de pura poiesis –señala Martin Heidegger– cuando observamos «la flor florecer, la mariposa salir de su capullo, o la caída de una cascada cuando la nieve comienza a derretirse». Vivo es todo lo que está cambiando. Las obras de Mischa Dabul son también el indicio de una vida desplegada –una gráfica vital, un lenguaje recientemente pronunciado–; en tanto vida, ella participa como herramienta y materia; es tan herramienta como el plumín y tan material como lo son la tinta y el papel.
Es tal el grado de identidad entre las partes –insisto ¿acaso no es Mischa ella misma un procedimiento?– que esta exposición podría pensarse como una vivisección de la artista: obras a flor de piel que son también cuerpos ocupando, junto con las personas que lo visiten, el espacio de la sala. Los leves paneles de tintas azules y reminiscencia japonesa tienen, curiosamente, la misma altura que la artista; paneles en los que la translucidez deja en evidencia el proceso de sumar capa sobre capa y así ir descubriendo –¿o será cubriendo?– lo que habita en lo profundo de la esencia; paneles que muestra una grafopoesis, o la capacidad viva de un dibujo que se fue dictando a sí mismo mientras la artista apenas parecería intervenir, dejando que su hombro, brazo, codo, mano, dedos, sean simples instrumentos de eso que crece en azul o en negro, allí, frente a sus ojos.
En otra parte de la sala, abriéndose a una poética más doméstica encontramos una mesa –signo preferencial para representar el trabajo– que da cuenta de cómo la artista procede en su tarea de escuchar al dibujo. Está cubierta por las obras tal como son realizadas antes de colgar verticales. Para apreciarlas en sus detalles, tenemos que inclinar nuestro cuerpo y adoptar un gesto que se parece mucho a la entrega; se nos invita a girar alrededor de la instalación dada la capacidad de ser observadas sin un punto de vista privilegiado.
Me gusta imaginar a un Dios que, en lugar de jugar a los dados, está hace un rato con la mirada fija pero perdida en algún punto lejano garabateando dibujos sobre un papel cósmico. Un Dios que se deja llevar por esa guía que, antes de apoyar el plumín, ya existía en forma de tinta líquida e informe. Una guía que se encauza al tocar el papel en una, dos, tres, cientos de líneas concatenadas. Líneas que dan la trama de una piel que crece sin más dirección que aquella dictada con tal sutileza que apenas sí se escucha su voz. Porque cuando observamos las obras de Mischa Dabul tenemos la intuición directa de que existen otros tiempos y otros espacios; sus obras son indicios de que es posible, de que todavía quedan líneas que fugan al ritmo del día a día. Frente al atolladero al que nos empuja la prepotencia de un tiempo que no para y un espacio cada vez más reducido al ámbito doméstico, los extraños grafismos epidérmicos de Mischa exponen, con sutileza, un modo de estar vulnerables pero presentes, demasiado presentes.
Mariana Rodriguez Iglesias, Primavera 2020
En la oscuridad, almas razonables sueñan del mismo modo
Partimos de la base de que la única constante en la vida es el cambio. Pero por algún motivo fomentamos una cultura de lo heredado, lo eterno y lo estático.
Byung Chul Han explica en su libro Shanzhai que en Oriente las obras de arte son piezas dinámicas: los artistas van creando colectivamente una misma obra, replicándola a lo largo del tiempo y es eso lo que le da valor.
La propuesta de esta exhibición consiste en generar un paisaje dinámico, donde se presenta al dibujo como una obra mutable.
La luz, la sombra y la oscuridad introducen lo dinámico en la obra estable. Un juego de luz y sombra en el paisaje que, al tiempo de la contemplación, es ausente y presente.
Mischa Dabul
La automatización y robotización de las luces serán controladas a partir de un programa denominado Domótica para que la sucesión de luces proyectadas sobre las obras, puedan ir dimmerizandose automáticamente y así generar el paisaje ausente/presente.
El concepto dinámico para la muestra solo pudo ser pensado a partir de la colaboración con Arturo Peruzzotti, Jose Maserazzo, Agustina Alvarez Costa y Agustín Cosenza. Peruzzotti, arquitecto especializado en iluminación y en el estudio de la misma, fue quien ideó y diseñó la composición lumínica capaz de generar ese juego sobre las obras. Maserazzo y Alvarez Costa fueron los encargados del hardware de la propuesta.
Piano por Gastón Baremberg
Ahí, en la oscuridad (donde las almas razonables sueñan del mismo modo), crecen los hongos; seducen a las hojas de papel vegetal & las colonizan, dejando sus huellas en tinta china
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Una historia de cómo la hoja de papel vegetal vírgen, transparente & ausente, se deja invadir por las distintas colonias de hongos
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Produccion digital por ETER Studio
@eter__studio